“Las oportunidades de inversión no se presentan con una señal luminosa. Lo hacen disfrazadas de pesimismo, desapego y aburrimiento.” — Jason Zweig
En un mundo donde la narrativa dominante gira en torno a la inteligencia artificial, los grandes gigantes tecnológicos y los nuevos máximos históricos del Nasdaq, hay un rincón del mercado que permanece en la sombra: las acciones de pequeña capitalización. Y sin embargo, es ahí, justo donde casi nadie mira, donde podría encontrarse la mejor oportunidad de esta década.
Desde 2014, el S&P 500 ha ofrecido una rentabilidad media anual del 13,2 %. El Russell 2000, que representa a las pequeñas empresas, apenas ha superado el 7,2 %.
El castigo ha sido tan persistente que los flujos de capital han seguido esa misma dirección: en lo que va de año, los inversores han retirado 12.000 millones de dólares de ETFs de small caps y han añadido casi 150.000 millones a ETFs de grandes compañías.
La consecuencia: la valoración conjunta de las cinco mayores empresas del S&P 500 es casi cinco veces superior al valor total del Russell 2000. Nvidia, por sí sola, vale más que todas esas pequeñas empresas juntas. El resultado no es solo una concentración de rentabilidad, sino de riesgo.
Cuando todos apuestan por el mismo lado de la mesa, el margen de error desaparece. Las grandes tecnológicas cotizan a múltiplos exigentes: 30 veces beneficios, 8 veces valor contable. Cualquier decepción, cualquier desaceleración del hype de la IA, podría arrastrar todo el índice.
Mientras tanto, las pequeñas empresas cotizan a 18 veces beneficios y apenas 2 veces su valor contable. Es decir, aunque el mercado corrigiera, la caída desde aquí sería mucho menos dolorosa.
Esto ya ha ocurrido antes. Entre 2000 y 2002, tras el estallido de la burbuja puntocom, el S&P 500 cayó un 37 %, pero el Russell 2000 perdió solo un 21 %, y el S&P SmallCap 600 incluso logró subir un 1,7 %.
En 2008, año de la gran crisis financiera, las caídas fueron más parejas, pero nuevamente las small caps demostraron resiliencia relativa.
Y si el auge de la IA sigue el patrón del auge de Internet, no serán necesariamente los proveedores los mayores beneficiarios, sino los que sepan utilizar esa tecnología para mejorar su productividad. Ahí es donde entran las pequeñas empresas.
Esto no sugiere que haya que venderlo todo y lanzarse de cabeza al Russell 2000. Pero sí plantea algo difícil de refutar: hoy, más que nunca, tiene sentido mantener un 5 % a 10 % de la cartera expuesta a empresas pequeñas. No por una predicción infalible, sino por simple lógica de valoración y prudencia.
Al final, la inversión no va de perseguir lo que brilla, sino de posicionarse donde el riesgo-recompensa es más favorable, incluso si eso significa esperar pacientemente.
El consenso no es sinónimo de seguridad. Lo que está barato suele estar impopular, y lo que está de moda suele estar caro. Una cartera equilibrada no solo se protege contra lo inesperado, también permite beneficiarse cuando el ciclo gira. Porque girará.
Gracias por leer.